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Analgésicos, antiinflamatorios, anticonceptivos, antibióticos, antidepresivos, antiepilépticos, betabloqueantes, reguladores del colesterol, antisépticos, quimioterapia diversa, hormonas… se han convertido en sustancias cada vez más presentes en los caudales de los grandes ríos. Se calcula, como promedio, que en el agua residual se hallan más de 20 fármacos de distinta composición, según el país y el consumo. Estas sustancias, tomadas con cierta frecuencia, se excretan a través de la orina y las heces por lo que llegan a las aguas residuales y a las plantas depuradoras, donde los tratamientos son insuficientes para extraer los residuos farmacológicos, por lo que estos acaban viajando hasta los ríos, lagos, mares, acuíferos… Las plantas de tratamiento de aguas residuales reducen principalmente los sólidos y las bacterias al oxidar el agua pero no fueron diseñadas para tratar y filtrar los compuestos químicos complejos como los medicamentos y productos de cuidado personal (champús, geles de baño, cremas y lociones).
La contaminación de los ecosistemas relacionados con el agua amenaza directamente la salud y los medios de subsistencia de las personas, así como el desarrollo económico, político y de seguridad dentro de los países y en las relaciones entre ellos.
Preocupa a los expertos su efecto a medio y largo plazo, como la aparición de patógenos resistentes a los antimicrobianos y los efectos en el ecosistema. Los antibióticos pueden afectar a plantas acuáticas, los antiepilépticos a los crustáceos, daños hepáticos y renales en los peces… Hay fenómenos que son el efecto combinado de contaminantes de origen diverso por ejemplo alteraciones de origen hormonal graves en peces -feminización en los machos incluso hermafroditismo- causadas por estrógenos sintéticos unidos a hormonas naturales y contaminantes de origen industrial.
Efectos en humanos
Los efectos que estas sustancias pueden tener sobre el ser humano son evidentes y van desde los desarreglos hormonales, a la creación de resistencias bacterianas, pasando por daños a los fetos en formación, la infertilidad masculina entre otros muchos.
Para saber más:
https://elblogverde.com
https://fondosaludambiental.wordpress.com/…/contaminacion-…/
https://www.iagua.es/…/eliminacion-farmacos-fuentes-agua-nu…
Casi todo el mundo sabe que el déficit de ácido fólico es la principal causa de daños durante el desarrollo fetal. Pero no es tan conocida su incidencia en la salud cardiovascular. Una dieta vegetal variada y rica en esta vitamina abre una nueva línea terapéutica en la prevención y el tratamiento de los trastornos cardiovasculares.
Como indica su nombre, esta vitamina del grupo B –la B9– abunda en los vegetales: hojas verdes, legumbres, frutos secos y cereales. Actualmente, la escasez de vegetales en la dieta de muchas personas hace que no se cubran los mínimos diarios.
El ácido fólico es esencial para neutralizar los altos niveles de homocisteína en el plasma sanguíneo. Cuando se abusa de alimentos de origen animal, se puede llegar a consumir el doble de las proteínas que se necesitan. Y, con ellas, de metionina, el aminoácido del que se deriva la homocisteína. Esta facilita el depósito y calcificación de lípidos en las arterias, que se van volviendo rígidas.
Un exceso de homocisteína está vinculado a enfermedades coronarias, vasculares cerebrales y de las extremidades inferiores, así como trombosis venosa, insuficiencia renal, demencias o Alzheimer.
La elevación de la homocisteína no depende del colesterol o la presión arterial, la diabetes o el tabaquismo, pero su efecto se potencia en combinación con ellos. Sí influyen factores genéticos, la edad y los hábitos de vida.
Pero el elemento determinante es la dieta y, en concreto, la carencia o abundancia de vitamina B9, tan importante para eliminar la homocisteína. Además actúa en colaboración con las vitaminas B6 y B12, que también debemos asegurarnos.
La presencia de ácido fólico en el plasma reduce el exceso de homocisteína, lo que se traduce en una mejor vasodilatación arterial, menor oxidación del colesterol LDL o «malo», mejor coagulación y agregación plaquetaria, y mayor flexibilidad de los vasos sanguíneos.
Las necesidades de ácido fólico aumentan durante el embarazo y la lactancia. También en enfermedades como las inflamatorias, la insuficiencia renal, el hipertiroidismo, la psoriasis, el cáncer, el tabaquismo y los tratamientos con ciertos fármacos.
Las deficiencias se detectan con un análisis de sangre, rutinario en embarazadas y otras personas con riesgo. El rango normal se sitúa entre los 2,7 y los 17 nanogramos por mililitro. Conviene revisar también los niveles de vitaminas B6 y B12, pues su acción metabólica suele ser colaborativa.
Las verduras de hoja verde, como la rúcula, las espinacas, la endibia, la lechuga, los berros, las acelgas o la col, son algunos de los alimentos más ricos en ácido fólico.
También lo es el perejil, aunque se consuma en menor proporción. Preparar ensaladas verdes con lechugas de diferente hoja y espinacas, por ejemplo, es una baza segura para obtener ácido fólico. El perejil puede añadirse picado a verduras y sopas.
El ácido fólico también está presente en otras verduras como el brécol, las coles de Bruselas, el espárrago, el puerro o la alcachofa. Y las algas, sobre todo, agar-agar, espirulina y clorella.
Cocinarlas al vapor es una buena opción, porque es rápida y evita el contacto del agua con los alimentos.
Las judías o alubias, los garbanzos, la soja y los guisantes son algunas de las legumbres que vale la pena incluir en la dieta si se desea, entre otras cosas, aumentar el consumo de ácido fólico.
Ensaladas y verduras pueden aderezarse con levadura de cerveza, germen de trigo, salsa de soja, miso (paté de soja fermentada) o gomasio (sésamo con sal).
Puede añadirse al aliño semillas trituradas, sobre todo pipas de girasol y calabaza. La castaña, la nuez, la avellana y la almendra también aportan cantidades considerables de ácido fólico. Además de consumirse como tentempié, pueden añadirse triturados a la ensalada o a sopas y cremas. Pueden hacerse bocadillos untados con mantequilla de cacahuete o de sésamo, o rellenarse con hojas de lechuga, rúcula o espinacas.
4. Cítricos y aguacates
Sobre todo las naranjas, pero también las papayas y las fresas. El aporte es intermedio pero si se lo suma a otros alimentos, pueden venir muy bien, sobre todo si se consumen en el desayuno.
El aguacate además de ácido fólico y ácidos grasos. Una taza de esta fruta nos aporta el 30 %, aproximadamente, de lo que precisamos a diario.
Tienen más ácido fólico que los refinados. Destacan los copos de trigo inflados, pero también el centeno.
Y aunque los alimentos de origen animal no contienen las mismas cantidades importantes de ácido fólico que los vegetales, algunos también constituyen una fuente de vitaminas del grupo B que merece la pena tener en cuenta:
https://www.cuerpomente.com/alimentacion/nutricion/mejores-fuentes-acido-folico_816/3
https://www.cuerpomente.com/alimentacion/nutricion/acido-folico-colesterol_1431
En el mundo existen casi 1.200 variedades de sandía (Citrullus lanatus), una planta cucurbitácea, como el melón, la calabaza, el calabacín o el pepino. Su origen se sitúa en África, probablemente en la actual Namibia, donde todavía crece la mayor variedad de especies en estado silvestre de esta planta rastrera.
Hay pruebas de que se cultivaron hace cuatro mil años en el valle del Nilo. Hace unos mil años llegaron las primeras a Asia, y hace 700, a Europa.
Hoy el mayor productor mundial es, con mucha diferencia, China, que cosecha casi 70 de los 140 millones de toneladas que se cultivan en el mundo. La mitad restante se la reparten Irán, Turquía, Egipto, Brasil y Estados Unidos, entre otros países.
A la península Ibérica llegó con los árabes, que la llamaban sandiyyah, una modificación del árabe clásico sindiyyah, que alude a una fértil región del Pakistán: Sind. Hoy se cultiva sobre todo en Andalucía y en la zona de Levante, donde florece entre junio y julio.
https://www.eldiario.es/consumoclaro/comer/virtudes-nutricionales-rodaja-sandia-verano_0_915859198.html
https://www.cuerpomente.com/guia-alimentos/sandia
La homeopatía es una terapia natural utilizada en todo el mundo desde hace más de 200 años. Esta terapia trata a cada persona como un ser único con el objetivo de estimular su propia capacidad de curación. La terapeuta homeópata selecciona el remedio más apropiado basado en los síntomas específicos de la persona y su nivel de salud personal.
El estudio observacional más grande sobre Homeopatía realizado en el Bristol Homeopathic Hospital de Gran Bretaña en 2005 hizo un seguimiento a más de 6,500 pacientes con más de 23,000 asistencias en un período de seis años consecutivos. El 70% de pacientes del estudio reportaron una mejora en su salud tras recibir tratamiento homeopático y el 50% reportó una gran mejoría.
Las especialidades tratadas fueron Dermatología, Neurología, Reumatología, Gastroenterología, Psiquiatría y Otorrinolaringología. Las mejoras más importantes se registraron en el eccema o el asma infantil, y en la enfermedad inflamatoria intestinal, el síndrome del intestino irritable, los trastornos de la menopausia y en la migraña.
Los resultados de este estudio fueron confirmados por otro estudio observacional más reciente, publicado en 2016, que incluyó una auditoría de 200 pacientes. La auditoría demostró que quienes padecen enfermedades crónicas y reciben atención homeopática a largo plazo experimentan mejorías estadísticamente significativas en sus síntomas y su bienestar.
Fuentes:
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/16296912
https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed/27914570
Los miles de millones de bacterias que habitan en el intestino pueden ayudar a regular todo el organismo, desde la capacidad de digerir los alimentos hasta el funcionamiento del sistema inmunológico. Pero la ciencia sabe muy poco aún de cómo ese sistema, conocido como microbioma, cambia con el tiempo, o incluso de cómo es un microbioma «normal». Actualmente, los estudios sobre las bacterias intestinales de miles de personas en todo el mundo han llegado a una conclusión: El microbioma es un reloj biológico sorprendentemente preciso, capaz de predecir la edad biológica de la mayoría de las personas.
Para descubrir cómo cambia el microbioma con el tiempo, el investigador de longevidad Alex Zhavoronkov y sus colegas de InSilico Medicine, una nueva empresa de inteligencia artificial con sede en Rockville, Maryland, examinaron más de 3600 muestras de bacterias intestinales de 1165 individuos sanos que viven en todo el mundo. De las muestras, alrededor de un tercio eran de personas de 20 a 39 años, otro tercio de personas de 40 a 59 años y el último tercio de personas de 60 a 90 años.
Los científicos entonces utilizaron el aprendizaje automático para analizar los datos. Primero, entrenaron su programa de computadora -un algoritmo de aprendizaje profundo modelado vagamente sobre cómo funcionan las neuronas en el cerebro- en 95 especies diferentes de bacterias del 90% de las muestras, junto con las edades de las personas de las que provenían. Luego, pidieron al algoritmo que predijera las edades de las personas que proporcionaron el 10% restante. Su programa fue capaz de predecir con precisión la edad de alguien dentro de los 4 años, informan en el servidor de preimpresión bioRxiv. De las 95 especies de bacterias, 39 fueron las más importantes para predecir la edad.
Zhavoronkov y sus colegas encontraron que algunos microbios se volvieron más abundantes a medida que la gente envejecía, como Eubacterium hallii, que se cree que es importante para el metabolismo en los intestinos. Otros disminuyeron, como Bacteroides vulgatus, que se ha relacionado con la colitis ulcerosa, un tipo de inflamación en el tracto digestivo. Los cambios en la dieta, los hábitos de sueño y la actividad física probablemente contribuyan a estos cambios en las especies bacterianas, dice el coautor Vadim Gladyshev, un biólogo de la Universidad de Harvard que estudia el envejecimiento.
Zhavoronkov dice que este «reloj de envejecimiento microbiano» podría ser usado como una línea de base para probar qué tan rápido o lento está envejeciendo el intestino de una persona y si cosas como el alcohol, los antibióticos, los probióticos o la dieta tienen algún efecto sobre la longevidad. También se podría utilizar para comparar a las personas sanas con las que tienen ciertas enfermedades, como el Alzheimer, para ver si sus microbios se desvían de la norma.
Si la idea es validada, se uniría a otros biomarcadores que los científicos usan para predecir la edad biológica, incluyendo la longitud de los telómeros -las puntas de los cromosomas implicados en el envejecimiento- y los cambios en la expresión del ADN durante la vida de una persona. Combinar el nuevo reloj de envejecimiento con estos otros podría dar una imagen mucho más precisa de la verdadera edad biológica y la salud de una persona. También podría ayudar a los investigadores a probar mejor si ciertas intervenciones -incluyendo medicamentos y otros tratamientos- tienen algún efecto en el proceso de envejecimiento. «No es necesario esperar a que la gente muera para realizar experimentos de longevidad», dice Zhavoronkov.
La idea de que se puede predecir la edad de una persona basándose en su microbioma intestinal es «muy plausible» y de «tremendo interés» para los científicos que estudian el envejecimiento, dice el informático e investigador de microbios Robin Knight, director del Centro para la Innovación en Microbiomas de la Universidad de California en San Diego. Su grupo está analizando 15.000 muestras del American Gut Project, un estudio microbiológico mundial que él mismo fundó, para desarrollar predictores de edad similares.
Pero uno de los desafíos de desarrollar tal reloj, agrega, es que hay enormes diferencias en las que las bacterias están presentes en las tripas de las personas de todo el mundo. «Es extremadamente importante replicar este tipo de estudios con poblaciones marcadamente diferentes» para averiguar si hay signos distintos de envejecimiento en diferentes grupos de personas, dice Knight.
Dice que tampoco se sabe si los cambios en el microbioma hacen que las personas envejezcan más rápidamente, o si los cambios son simplemente un efecto secundario del envejecimiento. InSilico Medicine está construyendo varios relojes de envejecimiento basados en el aprendizaje automático que podría combinarse con el microbiano. «La edad es un parámetro muy importante en todo tipo de enfermedades», dice Zhavoronkov. «Cada segundo cambiamos».
https://www.sciencemag.org/news/2019/01/bacteria-your-gut-may-reveal-your-true-age
Las mujeres han estado hasta los 90 excluidas de la investigación y de los ensayos clínicos de nuevos medicamentos, lo que ha causado graves errores en el tratamiento de enfermedades.
«Tradicionalmente, las mujeres han estado excluidas de la investigación biomédica», explica María Teresa Ruiz Cantero, que, como especialista en Epidemiología y Salud Pública en la Universidad de Alicante, ha estudiado a fondo el fenómeno.
«Siempre se ha considerado que el varón representaba al ser humano de ambos sexos, que era la medida, por lo que no se consideraba necesario estudiar a las mujeres, excepto en lo que se refiere a la especificidad reproductiva», coincide Eulalia Pérez Sedeño, profesora de investigación en Ciencia, Tecnología y Género en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC y autora, junto a S. García Dauder de la obra Las ‘mentiras’ científicas sobre las mujeres ( Catarata).
De hecho, en 1977 el organismo que regula la investigación y aprobación de fármacos en EEUU -FDA por sus siglas en inglés-, rechazó explícitamente la participación de mujeres en edad fértil de los estudios clínicos bajo el pretexto de proteger a una posible descendencia de los efectos de fármacos en estudio.
«Suena bonito y ético, porque parece que se está protegiendo la salud materno-infantil. Pero la realidad es que esos medicamentos cuyos efectos no se han probado en mujeres, sí se prescriben a mujeres. Y esto tiene consecuencias», subraya Ruiz Cantero.
Por ejemplo, que aparezcan más efectos secundarios o que las dosis del tratamiento no sean efectivas o adecuadas. «Entre otras diferencias, las mujeres tenemos una variabilidad hormonal que no tienen los hombres, lo que puede afectar al metabolismo de los fármacos», aclara la especialista, quien añade que además de la infrarrepresentación en la investigación, también se ha producido una ceguera específica en cuanto al impacto de los fármacos en las mujeres.
Como ejemplo de esta ceguera, Ruiz Cantero cita el caso de Vioxx, el analgésico que tuvo que ser retirado del mercado por sus riesgos vasculares. Los resultados de los ensayos realizados con el medicamento no especificaron el impacto en ambos sexos ni consideraron la variabilidad hormonal. Sin embargo, explica, después se comprobó que el 78% de las reacciones adversas reportadas en España correspondía a mujeres.
Otro ejemplo es la apnea del sueño. Hasta hace poco, se consideraba un trastorno mayoritariamente masculino. Pero cada vez hay más evidencias de que, en realidad, la enfermedad en mujeres ha permanecido oculta a los ojos de la ciencia.
«El conocimiento que generamos cometiendo sesgos de género no se adecua bien a la realidad de gran parte de la población. Eso también explica, por ejemplo, que hasta hace bien poco no se diferenciaran bien los síntomas de un infarto de miocardio en hombres y mujeres», añade Sara Menéndez Espina, doctora en Psicología e investigadora del Grupo Workforall de la Universidad de Oviedo.
La decisión de la FDA permaneció vigente hasta 1993, cuando las nuevas guías recomendaron evaluar las diferencias en función del sexo en los ensayos clínicos. Pero, según las expertas citadas, eso tampoco solucionó el problema.
«Para empezar, la agencia homóloga europea, la EMA, no tomó la misma determinación y si bien recomienda un análisis diferenciado, sus guías también reconocen que esto solo puede hacerse si la muestra es lo suficientemente representativa», señala Ruiz Cantero, quien añade que sobre todo en las primeras fases de la investigación, la infrarrepresentación del sexo femenino sigue siendo patente.
Además, hoy en día se siguen dando otros sesgos de género en la investigación. «Por ejemplo a la hora de determinar cuáles son las prioridades científicas; en los modelos teóricos y las preguntas de investigación; en el planteamiento de hipótesis y definición de las variables; en los diseños y muestras empleadas; en la recogida de datos; en la interpretación de resultados y también en su publicación», apunta Pérez Sedeño.
«Un sesgo clásico es el uso de las muestras», coincide Menéndez. «Podemos encontrar estudios con 300 hombres y 300 mujeres que sacan resultados para toda la población, en una especie de ceguera de género».
Para Pérez Sedeño la solución al problema no sólo pasa por proponer protocolos que incluyan a más mujeres en los ensayos clínicos -algo que ya se ha hecho-, «sino en cambiar el modelo estrictamente biomédico por otro biopsicosocial que atienda a otros factores que pueden afectar a la salud de las mujeres, como la etnia, la clase social o el entorno en el que viven».
Fuente: https://www.elmundo.es/ciencia-y-salud/salud/2019/03/08/5c815373fc6c834b408b4681.html